No se culpe a nadie

Cuentos de Rubén Hernández Hernández

Un nuevo proyecto

Muchos de los autores (españoles, argentinos, brasileños puertorriqueños, costarricenses, salvadoreños, colombianos, e incluso vieneses y croatas, entre otras nacionalidades) ostentan una larga trayectoria literaria, y su obra ha aparecido en diversos soportes, medios y espacios (tanto físicos como virtuales).

A partir de este material, y con la anuencia desinteresada y generosa de los artistas, se integra esta nueva biblioteca digital, con las miras puestas en ediciones impresas, si los recursos y algunas voluntades lo permiten.

He dedicado los últimos años de mi carrera profesional a la edición de la revista digital www.agora127.com. Muchas son las satisfacciones y aprendizajes obtenidos durante este tránsito. Y, para mí, lo más significativo, el contacto con diferentes voces, alientos y estilos literarios, que abarcan diversos ámbitos del orbe.

Estos afortunados encuentros me motivan a iniciar un nuevo proyecto, el de Ágora127 Libros, que tiene como propósito conjuntar y sistematizar el material aparecido en la revista, de manera ininterrumpida, desde hace casi una década, ahora a manera de libros digitales.

La literatura es el espacio de la imaginación que nos permite transportarnos a otros lugares y a otros momentos donde la vida alcanza plena libertad

historias

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Turbio río

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Sexto sentido

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Verona en California

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Narrador cornudo

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Fuego eterno

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Nocaut de sombra

El reencuentro

Entró a un bar de la avenida Juárez. La tarde anaranjada se extendía con lentitud sobre la ciudad y un aire de somnolencia erraba por las calles. A esa hora los parroquianos escaseaban, y el cantinero se entretenía en limpiar, casi pulir, los vasos jaiboleros y las copas de vidrio barato.
Solamente un hombre y una mujer ocupaban sendas mesas y sorbían, más con angustia que con delectación, ella, una copa de whisky; el hombre, una cerveza rezumante de humedad.
Carlos se acercó a la barra, murmuró su petición de modo casi imperceptible, mientras se demoraba mirando hacia los cuatro puntos cardinales del solitario bar. El cantinero, con aire de sapiente profesionalidad, acercó su rostro.
―¿Espera usted a alguien? ―preguntó con modulaciones de voz que se pretendía súbita amistad y total comprensión del alma humana.
―No, a nadie, sólo curioseaba ―explicó Carlos, sin mirar a su interlocutor. De dos tragos acabó con la bebida.
―Lo mismo ―ordenó, señalando con el índice la copa vacía. La mujer que bebía el whisky hizo una señal al cantinero; los meseros no existían en ese antro. Carlos y la mujer cruzaron miradas de profunda desesperanza; ella hizo un gesto de asentimiento. Carlos se acercó a ella; cruzaron palabras incomprensibles.
―Jamás perdí la esperanza de volver a encontrarme contigo. Sé que es tarde. Tu cara revela un gran cansancio. Déjame explicarte: siempre me expreso mal. Parece que llevas varios días sin comer.
―No te reconozco, mejor dicho, no te conozco― balbució la mujer, cuyos ojos destellaban una ferocidad animal.
Con cierta indecisión, Carlos tomó la mano de la mujer y quiso besar aquellos delgados y descuidados dedos blancos. De soslayo, el cantinero observaba la escena; cuando calculó que ya había transcurrido el tiempo suficiente, se plantó frente a la mesa donde Carlos y la mujer se miraban sin pronunciar palabra. El sonido ronco del cristal les obligó a mirar en la mano del cantinero el filoso cuello de una botella rota.
―Te esperaba desde hace cinco años, más bien te esperábamos los dos, ella y yo. Un perro siempre regresa al lugar donde lo apalearon. Ella murió por tu culpa, o piensas que este cadáver ebrio y envilecido es aquella joven que me quisiste robar.
La mujer cerró los ojos al estruendo de los tres disparos que Carlos alcanzó a hacerle al cantinero, mientras con la mano que le había quedado libre trataba de detener la sangre que manaba de su cuello.
La mujer dejó caer un rostro desencajado sobre la mesa, al tiempo que musitaba una pregunta.
 

Cuentos

Páginas

En No se culpe a nadie, Rubén Hernández nos presenta 49 microcuentos que tratan, de manera entretenida, temas de interés cotidiano tales como la relación de pareja, los amores imposibles, el acoso callejero, el suicidio, lo dulce de la venganza, la forma de vida de la clase media alta o baja, la migración, el racismo, entre otros. El lenguaje, en apariencia coloquial y sencillo, nos muestra un universo de posibilidades en los que es absorbido el lector.

Sí, asistí al panteón, pero volví a advertirle a mi esposa que se dejara de lloriqueos y quejidos. Ya no toleraba que, cada vez que visitaba la tumba, ella olvidara que desde hacía tres años era un cadáver.

No era la misma: la delgadez de su rostro la había despojado de su belleza. A veces no la reconocía. No sé si aún la amo. Aunque todas las noches, cuando se acuesta a mi lado, sus cuencas vacías parecen observarme con imperecedero amor.

Me esperaba siempre en la meta con una sonrisa sardónica. Nunca lo podía alcanzar. Él siempre fue un atleta consumado. Un día pude emparejármele. En un sendero solitario le di el primer trancazo. Ya no volverá a rebasarme.

No sé por qué tenía tanto frío, pero una agradable, bienhechora calidez invadió todo mi cuerpo cuando le propiné la primera cuchillada en el costado izquierdo.

Rubén Hernández

Nació en Guadalajara. Editor en 1978 de la hoja literaria Vértice, donde se dieron a conocer poetas como Raúl Aceves, Enrique Macías y Jesús Paz. En 1991 le otorgan el tercer lugar en el concurso de cuento convocado por la Federación de Profesores Universitarios de la Universidad de Guadalajara y ese mismo año publica el cuento “El sueño del pescado”. Obtiene en 1993 el primer lugar en poesía en el Primer Certamen Literario para Académicos de la UdeG.

Obras

De motivos familiares (1983), O esperando tu olvido, No se culpe a nadie (Amate Editorial 2019, narrativa); Informe equívoco del tiempo, Rotación de espejos (Amate Editoral 2020, poesía). Su obra se publica en las antologías Poesía reciente de Jalisco (1989), Entrelíneas. Escritores del SEMS (2000) y Poesía viva de Jalisco (2004).

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Elizabeth Hernández

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Rubén Hernádez

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El guijarro de la avalancha

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