El guijarro de la avalancha

Luis Rico Chávez. Ensayo

Comunicación perdida

Este semestre descubrí que los jóvenes, en cierto momento de madurez, toman el control de su vida y le ponen mute a los regaños paternos y a las instrucciones de los profesores. Perdónenme, pero las enseñanzas que recibí en este ciclo no fueron muy alentadoras, así que en los siguientes párrafos no hallarán certezas, sino dudas que, en lo personal, serán mi brújula para orientar el rumbo de mi trabajo escolar; espero que estas interrogantes permitan a otros cuestionarse sobre su quehacer docente y les ayuden a ubicarse en caso de que, como a mí, los desoriente el problema de comunicación existente entre las actuales y las anteriores generaciones.
Menciono el asunto este del mute porque, para mi sorpresa, al inicio del semestre di una instrucción que, descubrí cuando la situación ya no tenía remedio, ningún estudiante registró. “Como trabajo final entregarán un reporte de dos páginas sobre el libro que leerán a partir de hoy”. ¿Qué dificultad puede haber para entender lo anterior?
Una semana después les pedí que me dieran el título de su libro. “Al final me entregarán un comentario de dos páginas”, repetí. Y la misma instrucción se escuchó como disco rayado cuatro o cinco veces durante las 17 semanas que trabajamos en el aula. Y siete días antes de la fecha fatídica para entregarlo, otra vez… Al final, más del cincuenta por ciento de los estudiantes me entregó un comentario de un párrafo de no más de cinco líneas; otros, seis, ocho, diez páginas… pirateadas de internet. Menos del veinte por ciento cumplió con la instrucción.
Más lamentable resulta el hecho de que estos mismos jóvenes, de sexto semestre, ya habían trabajado conmigo en primero, y conocían la dinámica de leer un libro y entregar un comentario con ciertas características. En el ínterin, claro, dejo de existir para ellos y si otros profesores no les piden leer, dudo que lo hagan por iniciativa propia. ¿Pero cómo es posible que para ellos un comentario personal equivalga a poner el título del libro en un buscador de internet, dar clic en el primer vínculo que aparezca, copiar, pegar, poner sus datos personales y entregarlo como trabajo final de curso?
Me parece que el problema va más allá de este hecho de leer un libro, entregar un comentario, cumplir con un trabajo, obtener una calificación… Es un problema de comunicación, pero no sólo respecto de una instrucción, o de un procedimiento a seguir, o de un requisito académico-administrativo que debe cumplirse; es un problema de comunicación respecto de los mensajes que no sólo profesores y padres de familia enviamos a los jóvenes sobre lo que es la educación. Tiene que ver con una cuestión institucional, social, política y hasta existencial.
¿Cómo conciben nuestros jóvenes la educación en un sistema donde quien termina una carrera no encuentra trabajo, o este no genera los recursos suficientes para vivir con decoro? ¿Un sistema que no asigna los recursos indispensables para contar con instalaciones dignas, equipo suficiente y profesores con un salario que les permita dedicarse de tiempo completo a su profesión? Aunque, dirán algunos, no es posible que nuestros estudiantes sean capaces de percibir algunas de estas sutilezas del sistema.
Pero lo viven a diario en sus aulas, en los edificios educativos, en el rendimiento y la dedicación de sus profesores y del personal administrativo, directivo y de servicio a los que, mal de su grado, deben padecer todos los días. Todos los días reciben mensajes de programas dispersos, incoherentes, de contenidos difusos y pocas veces vinculados con su problemática cotidiana, de instrucciones y actividades que les dicen poco sobre las cuestiones vitales que definen su existencia.
¿Qué mensaje sobre educación transmitimos a nuestros jóvenes al hablarles de disciplina, responsabilidad, compromiso, trabajo, esfuerzo, solidaridad, si nuestro comportamiento en el aula y fuera de ella contradice nuestro discurso? ¿Qué mensaje captan ellos si en su entorno, en sus espacios cotidianos, no escolares, y a través de los medios de comunicación la educación ocupa un lugar ínfimo, a no ser la información que nos muestra un sistema que convierte a los estudiantes en criminales y hasta los asesina?
Llegados a este punto, incluso a mí las preguntas me agobian y me desconciertan. Descubro que esta cuestión, al parecer tan trivial, de pedir un trabajo, dar una instrucción y constatar que ningún estudiante la acata o la entiende, no tiene que ver nada más con un asunto de incomunicación entre generaciones; se trata también de una falta de diálogo entre el profesor y su realidad y con el resto de los involucrados en el sistema educativo, desde sus pares hasta los encumbrados y los parapetados tras escritorios, quienes tienen el poder de decisión y nunca toman las que de verdad podrían solucionar estos nudos gordianos ancestrales.
No sé si lo pueda tomar como consuelo, porque considerar que se trata de problemas añejos y cuya solución no está a la vuelta del nuevo ciclo me enseña que la solución no se dará en un futuro cercano. Para ser sincero, a mí también me gustaría ponerle mute al control de mi vida. Pero no puedo. Seguiré apretando botones hasta sintonizar la frecuencia que nos permita salir, de la manera más decorosa y airosa posible de esta situación que, como señalo, va mucho más allá de una simple falta de comunicación. Y procuraré enseñar a los muchachos que la solución no se encuentra en nada más oprimir ese botón y desentenderse de situaciones, para ellos, tan alejadas de su realidad. La solución tardará en llegar (si llega); entretanto, habrá que enseñarles a oprimir otros, en busca de una sintonía más aceptable, que ayude a encontrar esta comunicación perdida.